
El hijo de mi vecina que trabajaba en la zapateria donde las vendían, se ofreció a traérmelas a casa para que no tuviera que desplazarme hasta la tienda.
Una tarde me llamo por teléfono para decirme que se pasaría por mi casa a traerme las sandalias. Horas mas tarde cuando sonó el timbre de mi puerta y abrí, me encontré con un muchacho de expresión huraña, alto y demasiado delgado, tendría unos 19 años y realmente no gozaba de ningún atractivo físico.
Me miro y me dijo: Te traigo las sandalias.
- Si, gracias. Conteste. Pasa y dejalas ahí, ahora vuelvo, voy a traer el dinero.
Cuando volví para pagarle me dijo que seria mejor que me las probara y pensé que tenia razón.
-Sientate y te ayudo a probártelas. Me dijo.
El saco las sandalias de su caja y arrodillándose frente a mi, me puso una en el pie derecho con tal maestría que apenas si lo note. Se quedo mirando el pie y el zapato tan intensa y descaradamente que note como me ruborizaba... Intente recuperar el control de la situación quitando mi pie de entre sus manos, al fin y al cabo era solo un muchacho, pero él me lo impidió sujetandolo firmemente. Después de unos segundos de tensión que a mi me parecieron eternos dijo: tienes unos pies muy pequeños como de princesa de cuento y comenzo a acariciarlos. Son tan suaves ... y acercando mi pie a sus labios lamió cuidadosamente los dedos mientras volvía a clavarme la mirada y se deshacía suavemente de la sandalia. La verdad es que no lo esperaba y me quede sin saber que hacer, pero a pesar de su juventud él si parecía saber lo que hacia y continuo metiéndose mis dedos en la boca, subcionando y lamiendo cada vez con mas intensidad y luego recorriendo mis pies con la lengua, haciendo que deseara mas y mas de aquella sensación. Y eso mismo le dije recostandome en el sillón...

-Por favor continua.
Esbozó una leve sonrisa y obedeció. Siguió acariciando con la lengua primero un pie y luego el otro, pero sosteniendo ambos entre las manos de modo que mis piernas estaban en el aire, sin apoyo ninguno y totalmente a su merced. Durante un buen rato mis pies fueron su objeto de deseo y su lengua el mio. No se cuanto duro aquello porque el tiempo caprichoso se retorció en un bucle tan matemático como irreal y yo me encontré sin saber como en una fiesta de Navidad calzando unas preciosas sandalias de color plata.
Al joven Christian sabio desde el principio.